martes, 16 de diciembre de 2008

Deslocalización pendiente

Uno de los grandes problemas de la globalización económica es la ya famosa deslocalización de las empresas. Puesta en práctica principalmente por las grandes multinacionales, sabemos que lo que buscan es conseguir más beneficios gracias al menor coste de la mano de obra que encuentran en los países donde orientan los nuevos emplazamientos. Por supuesto también hay que hacer hincapié en la escasa sensibilidad exhibida por estas empresas respecto a los problemas de contaminación. El traslado de los centros de trabajo generalmente está dirigido a países del tercer mundo o en vías de desarrollo y eso conlleva disfrutar de una legislación mucho más laxa y permisiva, menos estricta con la protección del medio ambiente. Y que decir de las condiciones de trabajo que se mofan de todos y cada uno de los derechos del trabajador, que sacrifican seguridad e imponen jornadas laborales interminables.
Las prácticas deslocalizadoras de las empresas del primer mundo no son más que respuestas a periodos cíclicos de estrategias empresariales agotadas, a la falta de imaginación para hacer frente a otro mundo que quiere emerger, que necesita emerger con urgencia. El tercer mundo empuja ávido por mimetizar el idealizado mundo rico, y quiere las mismas pautas de progreso y bienestar que supuestamente disfruta occidente.
Si bien la implantación de empresas en países del este de Europa, norte de África o sur de Asia, a corto plazo y a nivel local puede tener consecuencias positivas, empleando a sus masas ingentes de población; desde luego que en el futuro sucumbirán a los mismos problemas que genera la economía de mercado del capitalismo salvaje. Pasaran por el consumismo compulsivo, la especulación retroalimentada por farsas financieras y de riqueza material a menudo virtual e intangible.
No deberíamos caer en el error de pensar que estamos favoreciendo al tercer mundo y de que les estamos dando la oportunidad de ganarse la vida. Ningún magnate de multinacional se mueve solidariamente cuando decide trasladar la empresa, pues todo responde a expectativas de benefició económico.
Los dirigentes mundiales no saben como manejar el nuevo escenario que se perfila. No se dan cuenta que las soluciones residen en conductas de otra índole.
Hay que pensar en otro tipo de medidas, sin vacilaciones, y poner en práctica la deslocalización de seres humanos. Hay que redistribuir a la población mundial en comunidades más pequeñas y mejor repartidas por el territorio, que practiquen economías autosuficientes y sostenibles. Es imposible aplicarlo en grandes comunidades y evitar los efectos perniciosos que provocan.
La tendencia es totalmente inversa e inconscientemente se favorecen las grandes concentraciones en urbes que asustan por su monstruoso tamaño.
Hace ya tiempo que el Planeta está afectado por el problema de superpoblación y de mala distribución. Actualmente más de la mitad de personas viven en concentraciones urbanas. Pero lo más grave es que, dentro de unos pocos años, la cuarta parte de la población mundial malvivirá en barrios periféricos marginales de grandes ciudades en condiciones infrahumanas, sin vivienda digna ni acceso a agua potable.
La capacidad que tiene la humanidad de hacer que aumente su número de individuos es en forma de progresión geométrica y choca frontalmente con la capacidad de generar medios de subsistencia, que tiene una pobre progresión aritmética. En el pasado siglo la disyuntiva se pudo resolver, en parte, gracias a los avances tecnológicos, optimizando el rendimiento de la producción de materias primas, pero con unos costes ambientales muy altos. Y por supuesto lo que no se pudo resolver fue el tener a una parte muy importante de la población mundial por debajo de los recursos mínimos de una digna subsistencia, y que como un mal endémico está condenada a sufrir hambre y enfermedades.
Los poderosos que manejan las grandes decisiones político-económicas, a menudo intentan demostrar sensibilidad hacia estos problemas, pero siempre acaban dando puntos de vista desenfocados. La codicia y el egoísmo dan como resultado una miopía que no deja ver que todo se puede resumir en la cuestión gestionar pensando en tus congéneres, contemporáneos y futuros, en aplicar políticas solidarias en la gestión de la superpoblación humana para facilitar el reparto equitativo de recursos.
No existe ninguna opción ni punto de vista sostenible en permitir que se hayan creado metrópolis monstruosas que superan los diez, quince o veinte millones de habitantes.
Se deberían tomar medidas amparadas en resoluciones y leyes vinculantes para fomentar las culturas de pueblos minoritarios, manteniendo los que todavía existen y potenciando nuevas comunidades reducidas, que por su tamaño puedan favorecer la cercanía y la propensión al espíritu colectivo, de arraigo, de respeto mutuo y del medio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estas haciendo un blog muy interesante te animo a seguir.

Y en cuanto a la deslocalización, es verdad que tenemos un problema, pero es pequeño en relación a otros, ya que la deslocalización la veo como un reparto de la veo como un reparto de la riqueza que nos va hacer perder calidad de vida a occidente... Pero no crea ningun problema nuevo, ni soluciona ninguno de los que tenemos, solo los cambia de sitio.